EL PROBLEMA UNIVERSITARIO A FINALES DE LOS 60 Y PRINCIPIOS DE LOS 70

 Estamos acostumbrados a que desde los programas escolares oficiales, los libros de texto, los documentales destinados a “EDUCAR”, las mismas cátedras universitarias, cuando se presenta la historia de la Universidad durante las últimas décadas, se haga referencia a hechos relacionados con las siguientes imágenes.
 Seguramente las hemos visto más de una vez en revistas, libros, documentales, etc. Ellas se refieren a los hechos ocurrido en 1966 cuando aquellos docentes y alumnos de la Universidad de Buenos Aires que estaban inficionados por las corrientes de izquierda fueron echados a “los palos” (versión oficial) por el gobierno de Onganía, con la consiguiente “pérdida” para la “cultura y la ciencia” argentinas.
     Esta versión izquierdista de los hechos, que cuenta tendenciosamente una parte de la historia, y pasa por alto otra –aparte de la cuestionable presunción de que los hombres de izquierda poseen un saber superior al de sus adversarios, sobre todo en el campo de las Ciencias Sociales, en las que poseen la explicación última de todo fenómeno social gracias a la teoría y a la metodología marxistas-; olvida lo que fue la Universidad cuando muchos de aquellos personajes cesanteados en el 66 volvieron a sus cátedras en el contexto de “liberación nacional” que se vivió en el 73 durante la efímera presidencia del “Tío” Cámpora (conocido también como “alfombra”). La obra de Gustavo Landívar que lleva por título “La Universidad de la violencia”, nos relata algunas de las alternativas que se vivieron en las altas casas de estudio durante aquellos aciagos años “liberadores”. Ya a finales de la presidencia de Lanusse se preveía lo que se venía: “Fue en 1972 cuando realmente comenzó a desquiciarse la universidad argentina. Los profesores y las autoridades de las casas de altos estudios eran impotentes para controlar el orden y poner punto final a los alzamientos que se producían a diario. Las mismas facultades mostraban un aspecto inenarrable (…) eran prácticamente impenetrables por la cantidad de carteles colocados, colgando de los techos o apoyados en las columnas que hacían muy dificultoso el paso”.
     Muchos jóvenes que querían estudiarse veían afectados por el activismo de minorías que se creían dueñas de las facultades. “Mientras las universidades exhibían una fachada exterior de desorden y enfrentamientos, en su seno se debatía, desconcertada, una juventud que veía pasar a su lado una violencia a la cual era ajena, presenciaba la suspensión de las clases sin hacer algo para evitarlo, que veía como eran reemplazados los libros de textos tradicionales por obras que nada tenían que ver con sus estudios, que veían interrumpido su acceso a la facultad por ‘guardias’ estudiantiles que controlaban las puertas (era) una mayoría silenciosa a la cual nadie (…) pudo movilizar”.
     Con Cámpora en el gobierno la situación se agravó. “Los alumnos (activistas) se habían adueñado de las facultades y exigían la identificación a cada persona que ingresaba a los edificios. Portaban armas a la vista de todos y hacían las veces del papel de policía con quienes se negaban a acatar sus órdenes. En cada uno de los actos presididos por el rector (el comunista “peronizado” Rodolfo Puiggrós) se exigía la expulsión de todos los profesores que habían ocupado algún cargo importante en la universidad anterior”.
    Muchos expulsados en el 66 volvieron. “En virtud de esa amnistía no solamente quedaban liberados de culpa y cargo los alumnos, profesores y trabajadores universitarios que habían incurrido en alguna contravención en contra de los reglamentos universitarios, sino los que directamente estuviesen acusados de haber cometido delitos dentro del recinto de la facultad. Con ello quedaron automáticamente restituidos en su condición de alumnos, por ejemplo, hasta aquellos que fueron expulsados por falsificación de actas de exámenes o por agresión física a algún profesor. Igualmente se decidió la reincorporación de todos los profesores que hubiesen sido separados de sus cargos a partir de 1955 (…) Se abrieron las puertas, así, no solamente a los docentes peronistas que fueron expulsados de sus cátedras en virtud de la Revolución Libertadora, sino a los que fueron separados en 1966 durante el gobierno del general Onganía.”
   La calidad de los cuadros docentes también se resintió. “La distribución de cátedras se hacía a gusto y placer de los políticos y activistas que trabajaban en los despachos de los decanos. Esto se transformó prácticamente en una subasta en donde el mejor postor era aquel que mayor bagaje ideológico extremista ofertase. Se lograron, así, cosas increíbles, como, por ejemplo, designar al terrorista Anwar El Kadre al frente de la guardería infantil de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Norma Arrostito (…) fue designada profesora en los colegios Nacional Buenos Aires y Superior de Comercio ‘Carlos Pellegrini’.”
     La misma enseñanza decayó pavorosamente ensayándose metodologías desquiciadas. “(…) en las facultades se continuó con la política de desjerarquización y de desprestigio de las cátedras. Fueron miles los casos de estudiantes que comenzaron a ‘aprobar’ materias en exámenes por demás sospechosos. Las actas de las mesas examinadoras fueron alteradas para dar por aprobadas materias a los alumnos reprobados y hasta se facilitó en grado sumo la participación en los exámenes. Bastaba con nombrar el título de algún libro de texto marxista recomendado por el profesor para que el alumno pudiese aprobar su curso. Ostensiblemente los profesores ayudaban a los estudiantes adictos ideológicamente, de modo que hubo casos en que algunos estudiantes aprobaron en el trascurso de un año más de treinta materias. (…)
  Los profesores Ortega Peña y Duhalde, verdaderos ideólogos del marxismo, impusieron un sistema en la Facultad de Derecho que luego iba a adoptarse en otras facultades. Eran los exámenes de grupo, en donde una docena de estudiantes, aproximadamente, debían rendir su materia. (…) Los exámenes de grupo fueron mostrados como una de las ‘conquistas revolucionarias’ más importantes del siglo (…)
   Mario Jaime Kestelboim y Mario Hernández eran quienes con mayor ímpetu impulsaban estos sistemas”.
    Estas son solo algunas de las cosas que pasaban en la Universidad de aquellos tiempos y que hoy no se recuerdan.

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