JUAN VÁZQUEZ DE MELLA, EL VERBO DE LA TRADICIÓN

  “Nació en Cangas de Onís, Asturias, en 1861. Estudió derecho en la célebre universidad de Santiago de Compostela y comenzó su carrera parlamentaria junto a Cánovas, Castelar, Salmerón, Pidal, Silvela y otros en el año 1893 cuando recibió la diputación por el pueblo de Aoiz. Fue fundamentalmente un orador en una época y en un país de grandes oradores. Toda su obra delata el carácter improvisado de sus exposiciones...La lectura de sus obras es difícil y es menester decantar muchas páginas definitivamente muertas, para hallar la pepita de un pensamiento denso como el oro.
     Federico García Sánchiz nos dejó un retrato que pone de relieve la sólida figura del asturiano: ‘me parece estar viéndole: regular la estatura, corpulento, la sustanciosa testa hundida en el tórax, macizo y jugoso, y tal solidez sustentada en unos pies de doble tamaño que las manos, grandes, velludas y en mazas, dignos remates de los hercúleos brazos...Olía a cigarro, siendo gran fumador de brevas, tabaco de sangre, y su voz, rebajada en el diálogo, no en el monólogo, íntima, pastosa y dulce en en su gravedad...Facciones abultadas, nariz carnosa, labios gruesos y anchos, irrefrenables, y en la frente, de una firmeza indescriptible, aquel tupé de sus cabellos rubios plateados, de áspera calidad, como el bigote y la barba...Imponía su aspecto, y sólo parecía hallarse inerme cuando se quitaba los lentes y sus ojos miopes, verdosos en la bolsa de los párpados, recordaban las uvas manoseadas’.
     Convenía tener una idea de su presencia física para comprender bien sus palabras.  El escritor puede ahorrarnos la fatiga de mirarlo, pero el orador no. Lo que afirma viene sostenido por la voz y toda la actitud corporal. Leer las palabras sin ver los gestos, ni percibir el tono de la voz, la autenticidad de la afirmación, es una manera amputada e imperfecta de comprender al orador.”
          En un pequeño opúsculo, que dedicó al célebre orador, completa la descripción: 
    “Cristianismo, formación teológica, caballerosidad vivida, lecturas continuadas e inteligentes de los filósofos cristianos; tales son las fuentes de su pensamiento social y político. Y no necesitaba nada más para hablar con claridad de los fundamentos de la monarquía social y representativa, tan distinta del absolutismo, como de las fórmulas degeneradas de las monarquías constitucionales.”
    Don Juan Vázquez de Mella fue un defensor del Orden Natural y del Sobrenatural, conforme como fue vivido en la historia de su Patria durante sus mejores siglos. Dicho Orden se caracterizó por poner a la Religión como fundamento de la sociedad hispana, y, sobre los principios de la misma -y afianzada por la profunda vida espiritual y litúrgica de la Iglesia-, se sostuvieron con fuerza los contenidos básicos de todo orden social sano. En el hontanar profundo de la Tradición se fue constituyendo una comunidad orgánica, monárquica, fundada en la vida de familias, y con un profundo respeto a las libertades de cada grupo y región. Estos principios defendió con vehemencia en las Cortes españolas. Sin embargo, más allá de su actuación pública, en el ámbito privado se caracterizó por la finura de alma y su tierna devoción a la Eucaristía, al punto de escribir un libro dedicado a la misma:
      “El trabajo, según el escritor, no ‘una demostración puramente filosófica del misterio, sino congruencias o armonías, que la razón, ilustrada por la fe, descubre a posteriori’.
    Juan Vázquez de Mella expone magistralmente el dogma católico de la Eucaristía, realizando previamente una investigación de las substancias, estudiando las consecuencias de la Encarnación y haciendo un análisis de la conversión de las substancias. Sin embargo no se queda aquí. Describe con prosa vigorosa las relaciones sobrenaturales de la naturaleza humana con el Verbo, para, finalmente, ofrecer cuatro pruebas generales de la misma: filosófica (Eucaristía síntesis humana y divina); filosófico – teológica (Eucaristía como fin del Universo: el único culto digno de Dios); psicológica (efectos de la Eucaristía en el que la recibe dignamente) e histórica (la Eucaristía en la Historia).”
      Hacia el final de su trabajo tiene esta hermosa elevación a Jesús Sacramentado que reproducimos:
     “Señor, Tú que por unir sin confusión lo finito y lo infinito en tu Divina Persona, eres el foco del amor y el centro de la unidad, enciéndenos en llamas de caridad tan ardientes que nos hagan amar por Ti hasta el odio de nuestros enemigos, y comunícanos un celo tan constante que nos lleva a atraer a nuestros hermanos separados para que vuelvan a tu Iglesia, y se abracen con nosotros al pie de tu Altar, a fin de que juntos proclamemos tu Sagrada Realeza.
     ¡Que ella impere sobre esta sociedad que se desune, se enfría y decae en la medida en que te abandona.
     Que tus brazos extendidos por la Misericordia, la estrechen sobre tu Corazón, para que beba en Él los raudales de una Vida que no muere! Amén.”

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