DEBEMOS ENFRENTAR LAS NUEVAS FORMAS DE REVOLUCIÓN

La Revolución fue el gran fantasma que recorrió la Civilización Occidental con posterioridad a los sucesos desencadenados a partir de 1789: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los polizontes de Alemania”, escribía Marx en 1848, en vísperas de un gran sacudón revolucionario que iba a afectar al Viejo Mundo. Si bien aquel intento fracasó, los cimientos del edificio estaban fieramente averiados, y la amenaza de catástrofe continuó. El siglo XX vio el triunfo de la Revolución en gran parte del planeta, y donde el comunismo no se impuso sí lo hicieron los principios disolventes de 1789. Ese mundo, hijo de la Revolución, llegó a su fin con la caída del Muro de Berlín. Con este acontecimiento cayeron también los “grandes relatos” que anunciaban un “paraíso terrenal” construido por el esfuerzo humano. Sin embargo, a pesar del retroceso de las ideologías más destructivas conocidas hasta entonces, la civilización no se ha librado del peligro de una muerte definitiva en manos de un nihilismo deletéreo, que en los últimos años se ha exacerbado.

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